A Juan se le acaban sus vacaciones de verano y todavía no ha vivido ninguna gran aventura.
Pero todo cambiará cuando conozca a Estrella, Camila y Rodrigo.
Águila Calva será su maestro, el encargado de convertirlos en auténticos aventureros.
¡Adelante, mis valientes!
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—¡Menudo aburrimiento!
Era mediodía y el sol brillaba con rabia en un cielo despoblado de nubes. Las cigarras, escondidas en algún lugar, emitían sus característicos sonidos.
Juan se llevó la pajita de su limonada a los labios y dio un sorbito.
—¡Menudo aburrimiento! —volvió a decir.
Juan estaba sentado en las escaleras del porche de su casa. Vivía en una tranquila zona en la que nunca jamás de los jamases pasaba nada interesante. El único acontecimiento memorable tuvo lugar el año pasado, y no fue otra cosa que la inesperada visita de una ardilla.
El animal correteó por su jardín un par de minutos y luego se fue igual que había venido.
Y ya está.
Eso fue lo único interesante que aquel barrio vio alguna vez.
Juan estaba descalzo y la hierba le hacía cosquillas en las plantas de sus pies.
—¡Menudo aburrimiento! —se dijo una vez más.
En la acera de enfrente estaba Caramelo, el enorme San Bernardo de sus vecinos. Antes, Juan pedía permiso a la señora Martina para jugar con Caramelo y ella le “prestaba” su perro para toda la tarde. Resulta que Caramelo, a pesar de su colosal aspecto, era un buenazo. Y, además, le gustaban los niños.
Juan y Caramelo se conocían desde hacía cuatro años y en todos los veranos el San Bernardo siempre se había mostrado dispuesto a jugar con Juan, recogiendo alegremente las pelotas que le tiraba e incluso permitiéndole galopar a su espalda.
Pero este verano, Caramelo había decidido que no tenía ganas de juegos. Juan no se lo recriminaba, pues aquel calor era insoportable.
—¿Cómo te va, grandullón? —le preguntó.
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