Últer, año 194 después del Azote:
Los Viejos Dioses han muerto, según los profetas de la Magra; las piras de los muertos, siempre prendidas durante los años de la peste, son poco más que un recuerdo amargo. Amanece una nueva era en Septentrión, marcada por las armas de trueno y los buques de guerra. Las naciones del mañana, fieras y orgullosas, se están forjando; y frente a ellas, imparable, se alza un común enemigo: el Imperio taibnio.
La ciudad de Mur’ubi es ahora el enclave estratégico que condiciona el dominio marítimo del mundo conocido. Cuando un brutal asesinato conduce a la casa Mur Asyb a retomar una antigua lid de sangre, cuatro hombres se internarán en las sombras para enfrentase a sus propios fantasmas: Naúd, joven asesino del culto a la diosa Mahyarat, se estremecerá al descubrir un pasado que contradice cuanto cree saber; Zaiel Mevnorás, veterano de la Armada devenido en senescal, sentirá sobre los hombros el peso de responsabilidades que jamás pensó en acometer; Nezaj, patriarca de los Mur Asyb, luchará por mantener el ascendiente de su linaje sumido en la rabia y el rencor; y es justo allí, en las sombras, donde vive Faruh, un viejo soldado preso de una promesa al que sus ojos ciegos han condenado a medrar en las calles.
En Mur’ubi, la política y la guerra son las dos caras de la misma moneda. Sombras y ceniza narra los hechos que engendra tal arbitrariedad. Si el poder, el secreto y la traición son la causa, el acero, el fuego y la sangre son la inevitable consecuencia.
The novel is working very well on Amazon, where it frequently appears on the list of the 50 best-selling works (Epic Fantasy).
1
Primera sangre, repitió para sí Naúd. Largos años de adiestramiento se ponían a prueba ahora; sería el fin de las noches en vela, del miedo a la cobardía y al deshonor. Al cabo, todo se resumía en algo muy sencillo: o mataba o lo matarían.
Ezab interrumpió sus pensamientos con un gesto. Aquí, le indicó. Naúd se agazapó junto a él en la esquina, al abrigo de las sombras, y examinó la fachada posterior de la mancebía, iluminada apenas por un farol. Una puerta pintada de almagre franqueaba el acceso; detrás de ella, diluida en la engañosa calma, se adivinaba el bullicio del interior.
No podían haber elegido mejor lugar para la celada, pues aquel callejón tenía tan solo dos salidas: la calleja empinada por la que habían venido y otra, al fondo, oscura como boca de lobo en aquella noche de decembre, cerrada y sin luna.
Poco después columbró a dos figuras embozadas con ropones, sombras en las sombras de la bocacalle. Ezab los saludó con una seña y deshizo luego el atado de trapos que cubría la moharra de su lanza. Naúd hizo lo propio: se descolgó el bulto largo que llevaba al hombro y lo dejó en el suelo lleno de barro y escarcha; acuclillado, el canto del broquel se le clavaba en las costillas, así que se lo quitó del cinto. Tentó las lazadas de bramante y deshizo el nudo del fardo con los dedos entumecidos por el frío.
Sostuvo el arma con la respiración en vilo. Al tirar suavemente de la empuñadura, dos palmos de hoja salieron de la vaina bien engrasada con un susurro: el acero centelleó en la penumbra, afilado, incitante.
Language | Status |
---|---|
English
|
Already translated.
Translated by Xóchitl Estrada
|