"Haré que su corazón sangre por mí..."
Con esas palabras, Aglaya sentenció el destino de Teuthras; una apuesta que la retaba a conquistar el cuerpo y el corazón de aquel hombre con el único fin de alimentar su vanidad femenina.
La joven lo consideraba una empresa fácil, no en vano era una sacerdotisa de la diosa Afrodita, y no una cualquiera. Aglaya era una de las tres Cárites, y no solo contaba con el favor de la deidad, sino que era la predilección de los fieles que acudían al templo a reclamar sus servicios y su cuerpo para dedicar sus ofrendas a la diosa, protectora de la ciudad. Aglaya se sabía hermosa, deseada por los hombres... y ganadora de aquel reto.
Sin embargo, quiso el destino que Teuthras resultase ser el único hombre que jamás caería bajo el embrujo de la belleza y la sensualidad de la sacerdotisa. Y así, lo que empezó como un simple juego se convirtió en un verdadero desafío, no solo para Aglaya, para ambos, y que cambiaría el rumbo de sus vidas de forma inexorable y para siempre.
Bajo la luz de tus ojos... Una historia llena de erotismo, pasión y un amor capaz de quebrar las barreras de cualquier designio, mortal o divino.
Los gritos de Afrodita se escuchaban por todo lo largo y ancho del Monte Acrocorinto. Aglaya y Eufrósine alzaron la vista del tejido que estaban bordando y buscaron la mirada del resto de sus compañeras, cuyo sobresalto duró apenas unos segundos, tras lo que volvieron a su tarea. Juntas trabajaban en el nuevo peplo que la diosa luciría, al cabo de un par de semanas, en la celebración de las Afrodisias, organizadas en su honor con la llegada del verano.
Las dos jóvenes, a pesar de la pasividad de las demás, soltaron la túnica y se dirigieron al jardín, aunque antes se desviaron a la cocina para coger varias vasijas. El tiempo transcurrido al servicio de la diosa les había enseñado a comprender lo voluble de sus cambios de humor, así como varias formas de apaciguar su ira, y una de ellas era deleitarla con un poco de néctar y ambrosía recién recolectados.
Al entrar en la cocina, las siervas que allí se encontraban se apartaron de sus quehaceres, con la cabeza gacha y uniendo sus manos en la espalda, en actitud servil.
―Continuad ―les ordenó Aglaya, agitando la mano en un gesto desdeñoso.
Tras coger lo que habían ido a buscar, salieron del edificio que la diosa utilizaba como residencia en sus visitas a la Tierra, y se dirigieron hacia el templo, a los majestuosos jardines situados en la parte trasera. Eran para uso privado de Afrodita, un regalo de su esposo, Hefesto, como reconciliación tras una de sus habituales peleas.
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English
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Already translated.
Translated by Ailín Denoya
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Author review: Ha sido estupendo trabajar con Ailin. Ha sido puntual, muy eficiente y ha atendido todas mis sugerencias y dudas. Espero volver a trabajar con ella en futuras traducciones. Muchas gracias por todo. |
Portuguese
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Already translated.
Translated by Flavia Braga
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