Kat Stegal es una talentosa periodista que ha aprendido que el amor y la traición son dos compañeros inseparables. Los hombres que intentan conquistarla fracasan, porque a Kat lo único que le interesa es obtener un ascenso en el periódico para el que trabaja. Ni en sus más retorcidas pesadillas imaginó que alcanzar su objetivo implicaría reencontrarse con Tristán, el hombre que hizo trizas su corazón años atrás. Kat no solo procurará ignorar la descarga de adrenalina que surge con un simple roce o cuando sus miradas se cruzan, sino que intentará descubrir qué oculta Tristán para exponer esa información en primera plana. ¿Acaso no dicen que la justicia demora, pero siempre llega? En este caso, Kat está segura que ocurre lo mismo con la venganza.
Tristán Barnett domina el mundo empresarial de Seattle con indolencia. La única emoción genuina que conoce y le interesa es el éxito. ¿Amor? No, él no bebe de ese veneno. Además, su prioridad es destruir la campaña de desprestigio orquestada contra su corporación, así como mantener su vida personal lejos del ojo público. Lo que jamás esperó fue que la opinión periodística capaz de redimir la reputación de su compañía esté en manos de Kat Stegal. Tristán se anticipará en mover las piezas adecuadas y creará un plan de contingencia ante el riesgo que representa la belleza de ojos castaños. Si el rencor que Kat siente por él es tan potente, entonces combatirá esa sed de venganza en un ámbito en el que nunca estuvieron en desacuerdo: el deseo.
Kat y Tristán se hallarán rodeados por sus ambiciones profesionales, el dolor de los recuerdos y la arrolladora sensualidad que todavía los consume, a pesar del tiempo transcurrido entre los dos. ¿Será el perdón un precio demasiado bajo para el orgullo y demasiado alto para el riesgo que implicaría darse la oportunidad de amar?
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Virginia hizo una mueca como si le hubiesen dicho que tenía que tomar arsénico. Desestimó la oferta de su hija con un gesto de la mano.
—Preferiría un poco de comida italiana, cariño. —Kat soltó una risa y meneó la cabeza—. ¿Has pensado en la petición que te hice, después de salir del quirófano? —preguntó con amor en su voz—. No creo que la señora Margie acepte pagarme, mientras estoy de baja si pasan demasiados días. Lo más probable es que me echen. Que aparte me haya torcido el tobillo es un escenario que agrava todo.
Kat miró el rostro redondo de su madre que, en lugar de su usual optimismo, expresaba preocupación. Le acomodó la frazada para que estuviera más confortable y después hizo lo mismo con la almohada.
—La situación en la que te encuentras no es culpa de nadie, mamá, debes entenderlo e intentar relajarte un poquito. El estrés no te hace bien. Incluso si esa familia te despidiese, tú podrías demandarlos y ganarías el caso con toda seguridad —replicó en tono serio, porque si no hubiera elegido periodismo como la profesión que quería ejercer, entonces habría escogido abogacía.