Un reino en guerra. Una reina amenazada. Un ejército invasor. Un falso emperador. Una batalla del pasado. Un campeón exiliado. Un comandante poderoso. Un traidor impetuoso. Unas armas malditas. Unos dioses olvidados. Y el Señor de las Bestias dispuesto a acabar con todo lo nombrado. Pero hay algo que su voluntad ignora, algo inadvertido también para el resto del mundo: la llegada de un nuevo recluta, el emigrante del sur que hallará el poder y el destino del mundo en sus manos.
Un mundo amenazado por la codicia de un ser maligno se ve sometido a la guerra, criaturas llegadas de tierras lejanas arrasan las fortalezas de las razas aliadas. Egeo siempre pensó que sería un recluta más, pero el destino y la voluntad de los dioses son impredecibles, y su valor y su honor serán la clave, para llegado el momento, mirar a los ojos del mal y poner a prueba su propia voluntad.
Acompaña a Egeo y sumérgete en un camino repleto de misterio, acción y aventura. ¿Se impondrá el mal sobre el bien? ¿O quizás son ambas cosas lo mismo? ¡Vamos! ¡Hallemos la respuesta!
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Al fin, salí de la humareda y pude ver el horror en un lugar que hacía un momento era símbolo de poder, seguridad y grandeza. Cadáveres apostados a los lados de la calle, y marcas y cortes de espadas que habían penetrado incluso la dura calzada; ¿qué clase de poder tenía ese hombre bestia? Lo busqué con la mirada intentando verlo al final de la calle, en la plaza o incluso por las escaleras de palacio. Había sido rápido, estaba a punto de llegar al final de la escalinata. Aceleré la marcha todo lo rápido que mis piernas me permitieron, pasando a través de su rastro de muerte y destrucción; crucé la plaza y comencé a subir los grandes peldaños sin respiro alguno. Alcé mi brazo izquierdo para coger mi escudo y, con mi mano derecha, empuñé la espada que descansaba en la parte izquierda de mi cinturón. Toda visión era terrorífica: peldaños cortados y cadáveres partidos en dos; cuerpos hasta de campeadores y suboficiales. Las armaduras Silveradas y Goldenadas habían sido cortadas y destruidas por ese temible enemigo. Superé el último escalón, y nada vivo esperaba a puertas de palacio. Era algo imposible de creer o imaginar, pero ambas puertas también habían sido cortadas, en cruz, como si dos inmensas espadas las hubieran atravesado cual si de un trozo de tela se tratara.
Entré al palacio, donde pude comprobar que servía también de templo de culto para los dioses: un pasillo central, con bancos adornados en plata a los lados, y un gran claro al final, a los pies de un enorme trono con gemas y diamantes engarzados. A su espalda era guardado por un lienzo majestuoso del Dios todopoderoso Muntorok.
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Translated by carlos araque melgar
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