A veces la vida no da muchas opciones y las que te ofrece no tienen por qué ser las que más te agraden. Ni siquiera tienen que gustarte.
Este libro cuenta la historia de David, un hombre que viajó desde España a Singapur para iniciar una nueva vida. Allí conocerá el amor, la esperanza, la traición, el dolor y vivirá una tórrida historia que va más allá de fronteras y nacionalidades con una desconcertante mujer. Sin saber cómo, acabará en el infierno de Bang Kwang; una cárcel tailandesa de máxima seguridad. Un lugar donde los cuerdos pierden la razón o se suicidan porque no soportan la presión.
Una historia apasionante de amor, sexo, misterio y violencia que transportará al lector por un torrente de sentimientos y aventuras que le atrapará desde la primera página. Novela cargada de emociones que, unido a un sorprendente final, no dejará indiferente a nadie.
Genre: FICTION / Action & AdventureVarias semanas entre los 10 más vendidos de las novedades de aventuras de Amazon.
El primer puñetazo me dejó medio aturdido. El segundo me derribó al suelo. Allí recibí una lluvia de patadas durante un par de minutos. Intenté encogerme como un ovillo y cubrirme la cabeza como pude. Uno de ellos gritó divertido:
–Tú sí que sabes cómo recibir golpes.
Cuando se cansaron se fueron como habían venido, andando con calma, riéndose. La multitud se disolvió enseguida y cuando abrí los ojos todo parecía normal a mi alrededor, como si nada hubiese pasado. Cada preso a sus cosas. Ley del silencio.
No era la primera vez. Me habían golpeado sobre las marcas de todas las palizas anteriores, sobre moratones con toda la gama de colores en todas sus fases de evolución. En una de ellas, de un golpe en el ojo, me dejaron con visión borrosa durante un par de días, pero acabé recuperándome. Esos dos días estuve convencido de que me quedaría ciego el resto de mi vida. La certeza era aterradora, mucho más que la lesión en sí. De otra, en la que me dieron un manotazo en el oído, estuve con mareos durante una semana. También tenía varias costillas dañadas, no sabía si rotas, y dolores de todo tipo en cada parte del cuerpo. Aprendí que protegerse la cabeza era lo fundamental. Lo demás se curaba; mejor o peor, pero se curaba. Lo siniestro de esta situación, lo más humillante, era ver cómo los guardias de la prisión eran espectadores en la distancia en muchas de esas palizas. Incluso se reían y apostaban. ¿Sobre qué?; no lo sabía, porque me limitaba a recibir golpes deseando que se acabasen cuanto antes. Tal vez sobre si esa era la paliza que me mataría.