Olivia Mcgintys tenía muy claro lo que quería para su vida: primero recuperar el condado de Levington, para eso debía echar al administrador nombrado por su madre y después ocuparse personalmente de la administración y de su gente. Pero… ¿cómo hacerlo siendo mujer y tan joven? Para sus propósitos deberá convencer a su tío y luego a su prometido de que la ayudasen. No tenía mucho para negociar, pero en agradecimiento le devolvería su libertad para casarse con quién él quisiera. La empresa ha iniciado y es Oliver quién debe llevarla a cabo.
Brian Hellmoore tenía sus propios planes y éstos incluían convencer a cierta Condesa que debería casarse con él. Aceptó ayudar a Olivia y también el reto que él mismo se impuso para cambiar los planes de su prometida. Para ello se valdría de todas las armas que tuviera en sus manos. Sólo que jamás previó en descubrir el secreto de la Condesa.
No es lo mismo seducir a una damisela en apuros, que a una toda guerrera. Ella se defenderá con uñas y dientes de sus atacantes y de la conquista amorosa por parte del Duque.
¿Logrará Brian convencer a Olivia de casarse o será Olivia quién convenza a Brian de dejarla?
¿O acaso Oliver será quién convenza a Brian de dejarla?
Tomó el sombrero que hasta ese momento había permanecido en su cabeza, lo tiró al piso y comenzó a quitarse las horquillas que contenía a sus rebeldes risos, hasta revelar una cabellera larga hasta la cintura de espesos rulos negros, como la noche más oscura. Así, con una camisa fina, los pies descalzos y el pelo suelto y desalineado, hizo lo mejor que pudo una gran reverencia digna de un Duque y con lágrimas que le recorrían sus mejillas logró articular algunas palabras, antes que se le cerrara la garganta con un apretado nudo…
—Lady Olivia Mcgintys, Condesa de Levington.
Brian, no salía de su asombro, no podía creer que semejante belleza estuviese parada medio desnuda frente a él y que además era su prometida. ¿Cómo demonios siendo tan femenina le pudo haber hecho creer que era un hombre? Sí, parecía un hombre raro, pero de ahí a ser… ¡¿mujer?! Cuando se recuperó un poco corrió hasta el otro lado de su escritorio tomó su capa, que había dejado sobre la silla un rato antes de toda esa locura y se dispuso a cubrirla.
La Condesa parecía encontrarse en estado de shock, no paraba de llorar y su cuerpo templaba visiblemente, mientras su mirada vagaba perdida en el vacío. Se giró y compuso una sonrisa cálida, se acercó despacio por miedo a espantarla, pasó su capa por detrás de Olivia, la cubrió con ésta, la atrajo hacia su cuerpo con delicadeza, la abrazó con cariño, apoyándole la cabeza en su pecho la acunó mientras le susurraba al oído palabras tranquilizadoras.
—Todo acabó, cariño, estás a salvo...
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