Connor, a sus dieciocho años, sólo tiene dos sueños en esta vida: ser piloto de caza y conseguir el amor de Laia. Acaba de ser aceptado en la Escuela Militar de Aviación de San Javier, convirtiéndose en el candidato más joven de la historia de la aviación española y se ha reencontrado, seis años después, con Laia, aquella joven, doce años más mayor que él, que lo cuidó en su infancia, cuando fue a parar al centro de acogida de menores de Madrid. Tendrá que dejarse la piel, el sudor y las lágrimas para conseguir su primer sueño. Pero para conseguir el segundo, tendrá que demostrarle a Laia que ya no es aquel niño llorón, flacucho y protestón y que se está convirtiendo en un hombre, más concretamente en “su hombre”. Pero la vida no sé lo va a poner fácil y mucho menos el destino. Aunque Connor no dejará de luchar por sus sueños, porque éstos solo se cumplen si uno mismo pelea por ellos.
Genre: DRAMA / European / Spanish & PortugueseMás de 500 ejemplares vendidos de la novela No me olvides y más de 45000 páginas leídas en Kindle Unlimited.
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Me había pasado todo el puto fin de semana como un loco, maldiciendo mi suerte, mascullando por lo bajo y cagándome en todo lo habido y por haber. Mateo y Alberto, mis dos mejores amigos, sabían desde el viernes que los habían aceptado en la Academia General del Aire. Los tres habíamos hecho la inscripción ante el Ministerio de Defensa, estábamos alistados en el Ejército del Aire, pero ellos eran tres años mayores que yo, ya tenían los veintiún años, mientras que yo solo tenía dieciocho años y medio. Sabía que eso era un hándicap en mi contra. Se suponía que era demasiado joven para entrar en esa maldita academia, pero me había matado a estudiar, a entrenar y a obedecer las órdenes sin rechistar, desde que tenía dieciséis años y había entrado en el ejército. Todo para alcanza mi sueño. Y seguía sin entender por qué siendo el mejor, habiendo sacado las mejores notas en todo, no me habían comunicado nada, ni para bien ni para mal. Así que frustrado, rabioso y probablemente colérico, aporreé la puerta del despacho del Teniente Coronel Ramírez y esperé aquel “adelante” que me daba permiso para entrar.
—¿Quería verme, Señor? —pregunté quedándome plantado frente a él como si me hubieran metido el palo de una escoba por el culo.
—Siéntese, soldado García —no me gustó la forma en que me miró, tal vez porque su expresión era tan impertérrita que jamás sabía descifrarla. Me senté frente a él y esperé—. Esto es para usted —me dijo mientras tendía la mano y me pasaba un sobre—. Ábralo
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