Después de varios años de vivir en la escuela de los marqueses de Wilmington, Nancy Taylor asume un cargo imposible: enfermera del duque de Sutland. Sin embargo, a pesar de su enorme deseo por ayudarlo cuando se conocen, sabe que las cosas no serán tan sencillas, pues todo el mundo dice que el hombre es un ogro y vive amargado debido a su condición física. Pero ambos tienen algo en común; necesitan ser amados.
De alguna manera, Nancy debe llegar a su corazón y en el camino hacia este, descubrirá sus raíces y un pasado doloroso, que le darán la fortaleza de luchar por su amor.
Rupert Stanway, duque de Sutland, es un hombre mal humorado que vive molesto por la mala suerte de haber perdido su pie izquierdo y atormentado por las pesadillas del día en que eso ocurrió. Pero cuando conoce a Nancy, se sorprende al escuchar su dulce voz y la forma en la que esta lo tranquiliza, de manera que la lleva a su casa para que trabaje como su enfermera. El problema es que ella poco a poco, con su carácter voluntarioso, se mete en su corazón. Pero... ¿Podrá ella sentir algo por un hombre incompleto?
Genre: FICTION / Romance / Historical / VictorianNancy bajaba del enorme carruaje que había ido a recogerla para llevarla a casa de su nuevo patrón. Sonia y ella habían hablado y ella terminó aceptando porque el duque la había impresionado, y sintió deseos de poder ayudarlo. Un hombre como ese no merecía vivir el resto de su vida atormentado y sintiéndose menos que los demás por su condición física. No podía dejar de sentir admiración por él, al ver que a pesar de su condición quería ayudar a los menos favorecidos.
Un hombre la esperaba con la puerta abierta—buenos días, señorita Taylor.
—Buenos días—respondió ella con un poco de ansiedad.
—Su excelencia, la espera—fue delante de ella mostrándole el camino. Mientras ella lo seguía, se maravilló al ver la enorme casa decorada con buen gusto y de manera lujosa aunque no ostentosa. Todo paz, tranquilidad y silencio aunque un poco oscuro para su gusto. Pasaron por un pequeño corredor que los llevó a lo que parecía el salón de dibujo.
—Por favor—el mayordomo le hizo un ademan para que entrara y ella de repente se encontró en un espacio encerrado y lúgubre, iluminado con solo la luz de la chimenea. Las cortinas estaban corridas y ella casi no podía ver nada.
—Buenos días, señorita Taylor.
—Buenos días, excelencia—respondió tratando de enfocar la vista hacia donde él estaba.
—Por favor, siga adelante y póngase cómoda.