Las terras brujas de Catarno y Domarna han caído bajo el dominio del imperio de Ántico. Para el príncipe Zarik aceptarlo no será sencillo, ni siquiera ante las implacables exigencias de su madre, la reina Lánarkel.
Por si la subordinación resultase poco, Zarik ha de ver cómo Resryon Vakko, el hijo del emperador invasor y brillante general, pese a su juventud, de las legiones Áureas que los han sometido, se pasea por su casa con indolencia y hasta con desprecio.
«Un día te haré llorar lágrimas de sangre», le jura el príncipe domarnés a su llegada. Y esa ocasión se presenta cuando una joven llamada Liatli Hassul le pide ayuda para arrancar del trono ántico a Doroyan Vakko y su estirpe. Ante aquella oferta por la que tiempo atrás hubiera matado, solo se interpone una cosa: los sentimientos que han nacido hacia Resryon. ¿Serán suficientes para rechazar la libertad de los suyos? ¿Y si traicionar esos sentimientos no dependiera de él?
«Estimado Lísanfor de Ubilia,
En estos días soy incapaz de mirarte a la cara y sincerarme. Porque soy plenamente consciente de lo que piensas, pero estás equivocado. La mera idea que tienes sobre mí me destroza y no es que no haya hecho méritos para que pienses así, pero no puedes haber olvidado todo lo demás, porque yo no lo he hecho. Nunca. Tenías razón: cuando miras a alguien con ese brillo en los ojos es que te has enamorado y no importa si lo aceptas o no.
Desde el primer momento en que supe lo que iba a ocurrir traté de evitarlo, pero fue demasiado. Demasiado tarde. Demasiado intenso. Demasiado increíble. Me vi desbordado y... supongo que a estas alturas, las vicisitudes vividas resultan ya lo menos importante. Volvería a sufrirlas si con ello pudiera arrancarte el dolor que te destroza. Ojalá fuera capaz de llenarme de él para liberarte.