Dicen que el enamoramiento juvenil nunca se olvida, tal vez porque es lo suficientemente puro y real.
Después de años buscando a Anais Price, soñando con tenerla de nuevo a su lado, Federith Cooper ha de casarse con lady Caroline, puesto que lleva en sus entrañas al hijo de ambos, o eso piensa él. Pero su vida matrimonial es un infierno; su esposa rechaza su presencia, su ternura e incluso siente repulsión por él, el hombre más educado y respetuoso de Londres.
Federith intenta asimilar la vida que le ha tocado, aunque...¿durante cuánto tiempo podrá mantener ese comportamiento frío y aristocrático que sus padres le inculcaron desde niño, cuándo el amor de su vida reaparezca años después?
Un verdadero amor no desaparece con el tiempo, y la promesa que hizo de protegerla, cuidarla y amarla, tampoco.
Adéntrate a la apasionada vida de Federith Cooper, futuro barón de Sheiton y último caballero de esta serie.
Third book of the Regency series. The third protagonist. Novel that has been expected by the readers.The Baron was also among the first positions of Amazon.ES and Amazon.Com
Londres, 1855. Thowermet, residencia de campo de la familia Cooper.
—¡No pares! Te aseguro que queda muy poco —la animó, cogiéndole de la mano y tirando de ella con brío.
—No puedo más, Fed. Estoy cansada. —Intentó llamarlo al orden para que aminorara el paso. Sus piernas no eran tan largas como las de él, ni tampoco vestía con comodidad. Pero Cooper no reparaba en detalles tan ínfimos como esos. Si algo le interesaba, si algo le emocionaba, olvidaba todo aquello que tenía a su alrededor y se obcecaba en alcanzar su objetivo.
—¿Desde cuándo eres tan débil? —preguntó, haciéndola parar y fijando sus azulados ojos en ella.
—No soy débil —masculló enfadada. —Ya lo sabes…
—¿Entonces? ¿De qué te quejas? —perseveró, divertido.
—Me quejo, Fed, porque acabo de escaparme por la ventada de mi alcoba, porque me haces correr por el campo, porque no me dices qué pretendes y porque…
—Es un secreto… —la interrumpió. —Pero te encantará, te lo prometo.
La agarró de nuevo, pero esta vez sus dedos se enlazaron entre los de ella. Notó cómo aceptaba su atrevimiento, pues no era apropiado que dos adolescentes se cogieran de la mano con tanta comodidad. Tampoco era habitual que apareciera bajo su ventana y tirara unas piedrecitas en los cristales hasta que Anais aparecía. No era normal que la incitara a abandonar su hogar a deshoras, que la arrastrara por terrenos oscuros, que caminaran solos, pero, pensándolo bien, nada entre ellos era común.