La vida libertina del futuro duque de Rutland finaliza tras batirse en un duelo de honor con un marido engañado. Avergonzado por las secuelas de dicho desafío, decide abandonar Londres y marcharse a Haddon Hall, el apacible lugar donde creció, albergando la esperanza de encontrar la paz que tanto le urge obtener; sin embargo, la llegada de una noticia inesperada altera esa supuesta calma y provoca que el duque se emborrache. Pese a los consejos de sus allegados, decide montar a caballo y galopar por sus dominios. Cuando abre los ojos tras una desafortunada caída, descubre que una mujer lo ha estado cuidando en algún lugar apartado y escondido de sus tierras. Su nombre, Beatrice, y su único deseo, vivir en soledad el resto de su vida.
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—¡Le desafío, señor!— La noche anterior, un hombre de baja estatura, con algo de sobrepeso y vestido con un inmaculado traje granate, tiró un guante sobre la mesa en la que jugaba una partida, que por cierto, estaba ganando. William arqueó las oscuras cejas y miró a quien lo retaba con cierta incredulidad. ¿Se había dado cuenta el pobre infeliz que si se levantaba de su asiento lo superaría en altura algo más de cuatro pies?
—¿Por el honor de quién? —Preguntó William redirigiendo las pupilas hacia las cartas y aferrando el puro en sus labios. Estaba siendo tan habitual dichos duelos que ya no le producían alteración alguna.
—Por el honor de mi esposa, lady Juliette Blatte —respondió el hombre lleno de cólera. Lo que a él le suponía morir de vergüenza y de dolor tras ser informado sobre la infidelidad de su amada esposa, al retado no parecía afectarle. Como si aquel acto de deshonor no fuera tan grave.
—¿Juliette? —La familiaridad con la que el futuro duque de Rutland habló de su mujer hizo que el pequeño cuerpo vibrara por la desesperación y la intensidad de la furia. William, sin apartar la vista de las cartas que tenía en su mano izquierda, frunció el ceño y se llevó la otra palma hacia la escasa barba que cubría su rostro. Esa mañana había decidido no afeitarse y, en esos momentos, se arrepentía de tal decisión puesto que una mera caricia se convirtió en algo doloroso. —Me dijo que enviudó hace algo más de un año —continuó con voz serena y sin interés por continuar la conversación.