Laura, tras una dolorosa ruptura, empieza a saborear la libertad de su nueva situación. Los dos años posteriores a su último divorcio no han sido fáciles. Busca recuperar la autoestima perdida, a creer en ella misma y a entender que la propia felicidad no debe depender de otra persona. Aprende a manejar sus emociones y a tomar las riendas de su vida, poco a poco.
Conoce a un simpático conductor de autobuses, que endulza los días amargos de su recién estrenada soledad. Más tarde, se enamora de Joel, un director de coro, que aparece en su vida como un ángel caído del cielo. Pero con el tiempo, se siente atrapada en un juego de seducción algo turbio, muy adictivo y absolutamente nocivo. Cuando es consciente de que la relación con el director le aporta más daño que beneficio, la corta, a pesar de sus sentimientos hacia él. A los pocos días aparece en su vida, Saúl. Se conocen a través de Internet y gracias a él descubre una forma diferente de vivir su sexualidad.
La experiencia le enseña a ser más fuerte, a vencer el miedo, a sentir que ser dueña de decisiones propias, aun siendo equivocadas, es mucho más recomendable que actuar bajo presión o coacción. Sabe que su nueva relación tiene fecha de caducidad, porque él ha encontrado trabajo en Estados Unidos. Pero esa realidad no la detiene. Los encuentros duran cuatro meses. Laura los vive con intensidad, alegría y aceptación. Siente que merece la pena aprovechar el tiempo que les queda y guarda su vivencia como una relación especial e inolvidable.
Es una historia llena de frescura, sencilla, con un claro espíritu de superación y un mensaje de ánimo para todas las mujeres que han sido víctimas de algún tipo de violencia de género. Está basada en hechos reales, vividos por la propia autora.
Él título del libro establece un paralelismo entre La salida 52 de la autopista C32 y la salida del maltrato, de la sumisión, del dolor que provoca la prepotencia y el egoísmo de otro ser humano.
Capítulo 1
Último trayecto
27 de julio de 2015.
Mis pies descalzos agradecieron la caricia fría del agua, cuando tímidamente se acercaron a la orilla de la playa. Después del sofocante calor, aquel contacto con las olas era un premio, un regalo merecido ―pensaba Laura. La sensación de frescor y descanso se mezcló con una agradable paz interior. Era libre, ¡al fin! Ya no le importaba el pasado, ni le angustiaba el futuro. Simplemente, vivía el presente, como ella había elegido, como ella había decidido, sin presión de nada ni nadie. Esa era la clave. La felicidad no reside en los recuerdos, ni en lo que pueda llegar a ser. Vivir el momento, saborearlo, sin más preocupación que aprovechar lo positivo y descartar lo que hace daño o sencillamente no sirve. Esto es lo que pensaba Laura constantemente, cuando los fantasmas de lo vivido con Pablo acechaban por las rendijas de su mente. Incluso le servía cuando una batería de preguntas le hacía cuestionarse si obraba correctamente, si sus decisiones la llevaban a buen puerto. ―Basta Laura, por ahí, no vas bien. No pienses en la meta, disfruta del camino ―se decía.
Tumbada en la toalla, la brisa acariciaba su piel tostada y el susurro del mar se le antojaba una música celestial. Medio adormecida, iba pensando en la salida 52 de la autopista C―32.
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