A lo largo de la historia, la ambición humana ha buscado incidir en el curso de los sucesos históricos de manera dramática, cuando no sangrienta. Y para ello, no se ha valido tanto de guerras o revoluciones, sino de intrigas y muertes planeadas clandestinamente: la sed de poder y gloria han empujado a varios a las acciones más vergonzosas con tal de hacerse del control de un gobierno o de un país.
En este segundo volumen, “La daga en las sombras” ofrece un apasionante recorrido por otros cincuenta momentos históricos, desde el siglo XVI hasta nuestros días, donde podemos ver al hombre siendo verdadero lobo del hombre al momento de ambicionar el poder. Desde Don Carlos de Portugal hasta Shinawatra, esta obra nos brinda una pasarela de personajes variopintos: cardenales, generales, senadores, cortesanos, caudillos, reyes y emperadores, intelectuales y agitadores, santones, iracundos, féminas y afeminados, barones y plebeyos, todos conducidos por idénticas pasiones y metas, no siempre elevadas ni admirables.
Pero también hallamos al caudillo, al ciudadano movido por ideales republicanos, al que busca reivindicar la legitimidad de su linaje, al que anhela destruir al tirano de turno, al delator de la propia intriga, incluso al cornudo que busca reivindicar su honor… Aquí encontraremos conspiraciones exitosas y otras frustradas dramáticamente, las que fueron ejemplo de virtud ciudadana, las estrambóticas, las sutiles y refinadas, las sangrientas y vengativas.
En resumen, un catálogo de la bondad y la maldad humanas de cara al poder y la ambición, de amena lectura y veracidad histórica que puede movernos a la reflexión sobre la condición moral del hombre. Como señala el autor en el prólogo: “a nosotros toca elegir si aprendemos de los errores del pasado o decidimos ser estudiantes modelo en el refinado arte de la conjura palaciega”.
El golpe de Estado de 1953 dejó un legado profundo y perecedero. Al destruir a Mossadegh, el Sha se vería encantado en una mística que, en buena medida, era comparable a la de otros héroes nacionales contemporáneos como Gandhi, Nasser y Sukarno. El golpe de Estado minó seriamente la legitimidad de la monarquía, especialmente en una era ansiosa de republicanismo. Identificó al Sha con los británicos, la AIOC y con las potencias imperiales. También identificó a los militares con esas potencias, especialmente con la CIA y el MI6. Empañó la imagen de los estadounidenses con el pincel de los británicos: los iraníes comenzaron a ver al principal enemigo ya no sólo como británico, sino británico en coalición con Estados Unidos. Pulverizó al Frente Nacional y al Partido Tudeh: ambos sufrieron arrestos masivos, la destrucción de sus organizaciones, e incluso ejecuciones de sus líderes. Dicha destrucción abonó el camino para el eventual surgimiento de un movimiento religioso de mayor envergadura. En cuanto a Mossadegh, el 21 de diciembre de 1953 fue sentenciado a tres años de confinamiento solitario en una prisión militar, arriesgando la pena de muerte solicitada por la parte acusadora. Luego fue mantenido bajo arresto domiciliario en su residencia de Ahmadabad, hasta su muerte el 5 de marzo de 1967.
El golpe de Estado ayudó a reemplazar el nacionalismo, el socialismo y el liberalismo por el “fundamentalismo” islámico. En una era de republicanismo, nacionalismo, neutralismo y socialismo, la monarquía Pahlavi se vio inseparable y fatalmente identificada con el imperialismo, el capitalismo corporativo y un alineamiento sumiso con Occidente. Los problemas que hoy encara Occidente con Medio Oriente tienen su raíz en el golpe de 1953.