Aimée estaba convencida de que ella estaría maldita en el amor, hasta tanto no abriese el candado que había colocado con Laurent en el Puente de las Artes. Cosa que jamás ocurriría, porque la llave de dicho candado, descansaba plácidamente en las profundidades del Sena. Cuando tenía tiempo disponible, Aimée iba al puente y se sentaba frente al candado a ver si por obra y gracia de algún poder divino, el candado se abría.
Y así es como conoce a Gabriel, quien se encontraba en la ciudad disfrutando de sus vacaciones anuales. Estaba decepcionado porque la chica que le había gustado en la página web de citas, lo había dejado plantado. Había quedado flechado con la fotografía de la chica y se había hecho ilusiones pensando que ella, sería el amor de su vida.
Pero la vida da muchas vueltas y cuando menos lo pensamos, nos llevamos una sorpresa.
¿Qué tendrán en común la chica de la página de citas y Aimée? ¿Será Gabriel capaz de ayudar a Aimée a romper la maldición del candado?
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Colocó el vaso vacío en la barra y ella se dispuso a llenarlo nuevamente.
Él tapó su vaso con la mano.
—No quiero más por ahora, gracias.
Aimée no respondió y se sirvió un segundo trago que de inmediato, ingirió.
Ella cerró los ojos, se apoyó de la barra y respiró profundo.
Gabe pudo detallarla mejor y era realmente hermosa. Tenía el cabello negro como la noche, largo hasta la cintura. Las mejillas ligeramente rosadas. Una boca que debía ser muy hermosa sin el rojo brillante que llevaba encima y los ojos… ese delineado grueso de color negro que llevaba alrededor de los ojos, aniquilaba la forma almendrada que tenían y el color de estos era tan claro, que con ese maquillaje, parecía un muerto viviente de esos que Gabe había visto en la TV alguna vez.
Él también cerró los ojos y se imaginó a la chica ligeramente maquillada y vestida de otra manera.
De inmediato, apareció ante él la imagen que había visto en el perfil de la chica de la página de citas.
¡No puede ser! Pensó.
Abrió los ojos y la encontró a ella observándolo. Ya no lo miraba desafiante. Su mirada era serena y podía decirse que, hasta lo miraba con vergüenza.
Era ella. Esa mirada había cautivado a Gabe el día anterior en la foto que recordaba.
—Ya entendiste quién soy, ¿no?
Él asintió ligeramente con la cabeza, viéndola con asombro todavía.
Sacó su móvil del bolsillo de su pantalón, buscó la fotografía que había visto de ella y enseñándosela, le preguntó:
—¿Qué te ocurrió?
