Fyorn tiene solo dieciséis años y es el miembro más joven que ha ingresado en la Inmortia, la Legión de Acero, un terrorífico ejército que ha implantado su gobierno en las frías tierras de Lungeon, haciendo del Bastión una fortaleza inexpugnable.A pesar de sus brillantes cualidades con cualquier arma en las manos, su relación con el Albor o general es la peor posible, y a este no le faltan ni ganas ni razones para llevarlo a las situaciones más penosas. La última de ellas dará con Fyorn de camino a Cryda para ganarse su postrera oportunidad.Allí deberá dar un escarmiento a la Dríada, amazonas que no han dado a la Inmortia precisamente pocos problemas. Sin embargo, la indeseable compañía asignada al muchacho lo arrastrará a un fin muy apartado de eso, un fin que lo llevará hasta los hombres que descansan bajo la tierra del bosque maldito de Achas ¿Quiénes son? Y sobre todo, ¿Qué tiene Fyorn que ver con ellos?
Genre: FICTION / Fantasy / GeneralMillas y más millas de nieve que azotaban su ánimo sin piedad. El blanco había conquistado cada rincón de aquel bosque gélido y sobre su cabeza, el gris de un cielo de acero amenazaba con más.
Seigon suspiró, hastiado y la nubecilla de vaho le envolvió el rostro. Movió los dedos en torno a la empuñadura de la daga que mantenía sujeta y trató de desentumecerlos. El frío no concedía tregua alguna ni siquiera en las más cálidas estaciones de Lungeon, si es que algún período allí podía considerarse cálido.
La nívea alfombra solía servir para facilitar el hallazgo de cualquier rastro, pero en aquella extenuante jornada no había hecho sino todo lo contrario: cubrir, borrar, eliminar. Ni siquiera para él, un soldado entrenado y experimentado bajo las más duras condiciones invernales, aquello estaba resultando fácil.
Barrió el bosque con la mirada y atisbó lo que llevaba toda la mañana viendo: árboles desnudos de retorcidas ramas, montañas difuminadas por la neblina creciente y nada. De lo que buscaban no habían encontrado absolutamente nada. Se tragó un sinfín de maldiciones y trató de no morderse la lengua por miedo a envenenarse con aquel nombre que le quemaba. Prefirió escupir.
Fyorn se acercó con la espada echada sobre el hombro, como si fuese un leñador con su hacha, pero su llegada no atrajo la atención de Seigon, inmerso en sus propios pensamientos.