Continuación de la historia de Ángel Salazar, el joven psicópata que, tras su aciago paso por el centro de menores, es ingresado por orden de su director en un hospital psiquiátrico.
Allí conocerá a Marta Savater, una joven e inexperta enfermera, designada por el jefe de la unidad, el doctor Junqueras, para vigilar los movimientos del problemático adolescente. Sin embargo, una muerte acaecida en extrañas circunstancias, lo complicará todo...
El relato nos sumerge en el día a día de una planta de psiquiatría cualquiera, ofreciéndonos la oportunidad de conocer cómo es la realidad a la que se enfrentan los profesionales de la salud mental en este tipo de unidades. Además, como sucediera en la novela que da inicio a la saga, el protagonista deberá enfrentarse a un nuevo caso de asesinato que pondrá a prueba sus extraordinarias dotes de deducción.
Tres hombres de rostros graves observan el cadáver con gesto torvo.
Tres hombres que hasta hace unos minutos hablaban entre risas y se dedicaban bromas pueriles, permanecen en completo silencio, los ojos clavados en la fea y oxidada cama hospitalaria que contiene el cuerpo muerto de su compañero.
Pasa un minuto… dos, tres, hasta que finalmente el mayor de ellos se decide a romperlo. Sus palabras son frías, reflexivas, sin inflexiones que revelen emoción alguna, pero al parecer logran reflejar el vergonzante pensamiento que los embarga a todos, ya que sus acompañantes corresponden asintiendo con una leve inclinación de la cabeza:
—Lo que acaba de ocurrir aquí no debe saberse nunca. La desgraciada muerte de este pobre hombre podría destrozar nuestra carrera para siempre. De cualquier forma, no creo que tengamos nada que reprocharnos: hemos actuado con la mejor voluntad… quién iba a sospechar…
Deja la frase sin acabar, como esperando que alguno de los otros dos la termine, pero se limitan a asentir nuevamente. Solo al cabo de un minuto, el enfermero se atreve a replicar:
—Por mi parte nada ha de saberse. Lo prometo —dice en tono solemne.