David Ribas es un operativo de la inteligencia española a quien encargan la misión de estudiar el sistema de seguridad del lujoso y emblemático hotel Taj Mahal Palace, en Bombay, antes de la visita de los reyes de España a la India. Su mujer decide acompañarle para disfrutar del viaje de novios que no pudieron tener en su día, sin sospechar el terrible peligro que se acerca por mar.
La vida de David cambia de manera radical después de los atentados que asolan el hotel. El destino lo llevará a trabajar para una de las mayores dirigentes del crimen organizado de la India. El operativo se verá envuelto de esta forma en una trama de diferentes intereses con un único objetivo: la venganza.
Las calles de Inglaterra, Fráncfort y Bombay son los escenarios en los que se desarrolla este thriller contemporáneo, en el que acción y suspense se dan la mano para llevar a cabo esta trepidante trama de absoluta actualidad.
<<Las novelas de Braganza te atrapan como películas que no se pueden dejar de ver>>.
—Ashokamitran (figura influyente de la literatura india poscolonial y mentor de Aravind Adiga, galardonado con el Premio Booker por El tigre blanco).
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Eran las 21:20 en Bombay, de un día en apariencia normal, hasta que a pocos metros del famoso hotel Taj Mahal Palace unos jóvenes terroristas entraron en el concurrido Café Leopold. Se quedaron paralizados ante el sonido de los ventiladores de techo, ruidos de tazas y platos, gente riéndose, conversaciones animadas en distintos idiomas y el alto volumen de la música hindi. Cuando sus miradas se cruzaron con las de unos camareros, los terroristas reaccionaron. Uno de ellos alzó su fusil y disparó unas ráfagas al azar de izquierda a derecha. El otro lanzó una granada al fondo del local. La explosión, como una sacudida, hizo vibrar el asfalto de la calle. Los cristales saltaron por los aires. Al estruendo ensordecedor le siguió un profundo silencio. Después se oyeron gemidos, llantos y algún teléfono móvil que sonaba sin ser atendido. Un humo espeso lo cubrió todo en un momento.
Cuando comenzó a disiparse el ambiente ennegrecido, la matanza quedó a la vista y al mismo tiempo surgió un nauseabundo aroma. Los terroristas, que aún no se habían movido, se colocaron los fusiles en ristre mientras caminaban por el interior.
Anita, Ingrid y Erik, con la cara tiznada y la ropa hecha jirones, quedaron tendidos en el suelo. Ingrid, con heridas de metralla graves, una en el pecho y otra en el muslo, les dijo entre dientes:
—Por el amor de Dios, no os mováis.
Uno de los terroristas comenzó a disparar sobre la multitud. El otro, al ver que tres personas hacían amago de levantarse, apuntó su arma y los derribó.