…esta historia comienza en la primavera de 1872, en Inglaterra, en los jardines de una familia noble que está a punto de estrechar lazos familiares con otra familia de industriales vizcaínos. No, aquí no es donde empieza, es en una fría mañana de febrero, en el muelle del puerto de Bilbao despidiendo a unos emigrantes que marchan para Argentina.
Ahora sí podemos volver a esa tarde estival en los jardines de una mansión en la campiña inglesa, a la que de forma apresurada e inesperada llega un mensajero con noticias de Bilbao, para el joven teniente del ejército carlista que se encuentra allí recuperándose de unas heridas de guerra, el prometido de la hija de su anfitrión. La noticia que recibe es tan inquietante que decide partir hacia Portsmouth para volver a su casa, pese a poner con ello su vida en grave peligro, ya que la guerra continúa.
Una vez que Esteban de Zubiaga y Norzagaray, nuestro joven protagonista, tiene conocimiento de los acontecimientos en su casa, o más bien, del desconocimiento, se embarca, junto con cientos de emigrantes, en un vapor que parte de Santander hacia Buenos Aires. Uno de los pasajeros que embarcó en la mañana de 14 de febrero de 1871 era su hermana, y no había noticias de ella desde entonces, aunque sí rumores inquietantes.
En aquel tiempo, Buenos Aires era “muy vasca” por la gran cantidad de emigrantes de esa procedencia. Hasta tal punto de que el genérico de emigrante o de español era “vasco”, motivo por el que no tuvo problema para conseguir rápido contactos que le ayudaran en su objetivo en aquellas tierras.
Habiéndose hecho de provisiones, dinero, ropa, monturas y armas; comenzó su viaje hasta la última localización conocida de Catalina, su hermana: Tandil. Una localidad a más de 300 kilómetros de su punto de partida. A dónde llegó pese a lo despoblado de la zona, la escasa señalización y los malos caminos. Aunque tampoco le sirvió de mucho, dada la hostilidad de algunos de los lugareños y el tiempo transcurrido que ya solo dejaba como prueba las lápidas mudas de algunas tumbas. Pese a lo cual, consiguió indicaciones, desalentadoras incluso, pero indicaciones.
Las pistas le llevan todavía más al sur, más al interior en La Pampa. Hacia el río Negro, que marcaba, en ese momento, el límite de las campañas del ejército argentino contra los nativos araucanos. Esteban continuó su marcha con pies de plomo y ojo avizor. Hasta que se encontró con una columna militar y preguntó al oficial al mando, el coronel Kreiber, si sabía algo de lo ocurrido en Tandil meses atrás, pues estaba buscando a una persona que era muy posible que aquel día estuviera allí.
La respuesta de Kreiber fue airada y ante el asombro y descontento de su oficialidad, ordenó que se le encerrara junto con los prisioneros indios, tras la alambrada de espino, y que cumpliera con las mismas obligaciones de trabajos forzados que ellos. Ante lo que también quedaron asombrados los araucanos.
Entre los nativos se encontraba Eugenia de Canalejas, hija de un gran hacendado que durante la guerra de independencia se mantuvo leal a los realistas, y su madre a su vez era hija de un gran lonco. Ahora, perdida su herencia, se la conocía por el nombre que le puso su madre: Ailin. Única sucesora del actual gran jefe de aquellas tierras, su tío, por lo que era una princesa de los araucanos.
Tras diversas vicisitudes, Esteban consiguió escapar del campamento militar, adentrándose en el desierto. Sus posibilidades de supervivencia sin provisiones y sin conocer el terreno, eran bastante escasas, lo sabía, sino recibía ayuda. Y la recibió. Al saberse de su huida, los araucanos libres, bajo las órdenes de Ailin y su tío, organizaron partidas de búsqueda para localizarle y llevarle a su poblado.
Conocedores de aquellas tierras, lo localizan… y sus aventuras continuarán hasta su vuelta a Montevideo, ya que no podía volver a Buenos Aires al haberse puesto precio a su cabeza, vivo o muerto.
Tiene unas ventas razonables, aunque los lectores no suelen dejar reseña y muy pocas valoraciones solo con estrellas. Debe ser que es un tema un poco "aspero" y se le pero no se comenta.
Esteban también había reanudado la marcha, iba en el centro de la columna, escoltado por dos soldados, y encadenado de pies y manos. Soportando como el resto, el azote de aquel clima infernal, aunque en su caso con el añadido de que no recibiría ni gota de agua hasta que no hubiera una parada general, con lo que los aguadores, cuando iban refrescando a la soldadesca, tenían prohibido detenerse ante él.
El recorrido se desarrollaba entre el río Colorado y el río Negro, hacia el oeste, con intención de encontrar un paso por donde poder vadear este último y poner sus pasos hacia el sur. Por unos contornos infinitamente imperturbables, tan solo monte bajo, arbustos y yerbas de distinta índole, en una llanura interminable, en la que raramente aparecía alguna montaña en el horizonte, diminuta, lejana, casi imposible del alcanzar y que desaparecía en cuanto variaban un poco su dirección.
Dirección que solo conocía el coronel, él había recibido las órdenes, él tenía los mapas y suya era la brújula para seguirlos. Ni tan siquiera había informado al resto de oficiales de cuál era su destino. Aunque todo el mundo lo sabía, no el lugar en sí, no el nombre del paraje donde plantarían el último campamento. Sí la finalidad. El general llevaba tiempo movilizando y organizando las tropas para una nueva campaña, por lo que se dirigían a la frontera, al límite de los territorios indios. A comenzar la guerra.
La mayoría de la tropa de aquella unidad nunca había entrado en combate, tan solo algunos oficiales, algún cabo chusquero y el propio Kreiber, que era también el único que conocía personalmente al general. Y aunque no formaba parte de los efectivos, Esteban también s
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Translation in progress.
Translated by Abigail Archer
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