Primero, inventó la inmortalidad. De la noche a la mañana, todo el que era joven se esforzaba por no aparentarlo: nadie quería ser víctima de los cazacuerpos. Después, creó los cuerpos artificiales: ya nadie tuvo que temer. Ahora, el Cirujano ha ido más allá.
Gilberto es un espía corporativo y su objetivo es robar el secreto del reenganche corporal y los cuerpos artificiales. Sin embargo, todo se desmorona cuando es descubierto por el mismísimo Cirujano. Para sorpresa de Gilberto, no lo entrega a las autoridades ni ordena su asesinato; en su lugar, sale huyendo. ¿Por qué?
La sorpresa da paso a la intriga; la intriga, a la sospecha. La persecución dura poco. Ahora el creador de la inmortalidad yace inmóvil sobre el asfalto. Sus últimas palabras son una súplica para que no lo recuerden como un monstruo que condenó a la humanidad.
Se publica el dos de febrero de 2018.
El creador de la inmortalidad yacía inmóvil sobre el asfalto. Conmocionado por lo que acababa de contemplar, Gilberto guardó su electrovara en el interior de su chaqueta y recorrió la distancia que lo separaba del cuerpo en diez zancadas. El sonido de un claxon se mezclaba con el estruendoso serpenteo de los tubotrenes que devolvían a los trabajadores a sus casas. Los conductores detenían sus vehículos y asomaban la cabeza, tratando de averiguar qué había sucedido. Las placas de datos tomando retratos del accidente no tardaron en aparecer en las manos excitadas de los peatones. Alguien había sido atropellado en el Puente Europa.
Los ojos del herido se movían confusos y sus labios solo se despegaban para emitir débiles quejidos de dolor. Su retorcido tobillo se apoyaba en el Sander Omega. Gilberto se arrodilló para comprobar su estado. Al ladear su cabeza alguien se percató de la identidad de la víctima.
—¡Es el Cirujano!
El interés creció entre los presentes. Más y más placas de datos aparecieron para tomar imágenes de lo que estaba ocurriendo. Al igual que muchos otros conductores, el dueño del Sander Omega había salido de su vehículo para contemplar la escena. Sus ropas lo señalaban como sacerdote, sus manos temblaban de espanto y las piernas parecían incapaces de sostenerlo en pie. Se acercó arrastrando los pies y se detuvo a una distancia prudente.
—¿Se pondrá bien? —preguntó con voz atormentada.
Gilberto tragó saliva. No tenía duda de que el Cirujano iba a morir allí mismo, a pesar de los gritos histéricos de quienes reclamaban a un médico que no llegaba. Solo los curiosos acudían al lugar del accidente.
Language | Status |
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English
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Translation in progress.
Translated by David Singhiser
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Portuguese
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Already translated.
Translated by Álvaro Tavares de Oliveira
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Author review: Pasados unos meses tras la traducción puedo decir que no he recibido ninguna queja del libro. Ninguna. Lo cual es prueba del buen trabajo que hizo Álvaro Tavarés de Oliveira al traducir El Cirujano. |