La teoría del caos establece el «efecto mariposa» en base al siguiente proverbio chino:
EL SIMPLE ALETEO DE UNA MARIPOSA PUEDE CAMBIAR EL MUNDO
Cierto día del verano de 2006, cuando el pequeño Oli se atrevió a husmear en los resultados médicos de sus padres, una mariposa cualquiera apareció de la nada, y, sin ningún motivo aparente, batió sus alas.
Ese otoño, en Oxford, un solitario agente de policía es atracado mientras dormía, la misma noche que se produce un sangriento asesinato en la otra punta de la ciudad.
Ajena a ello, una joven inglesa toca el violín en la calle mientras piensa en un amor imposible del pasado.
En Madrid, un talentoso neurocirujano es acusado del homicidio de su propio paciente, el multimillonario dueño de una famosa empresa.
Aparentemente, ninguna de estas historias está relacionada con los sucesos del pasado 12 de octubre protagonizados por Oli y el Yayo.
Aparentemente…
Desde la publicación en Amazon de la versión en castellano, la novela ha llegado a estar en el TOP100 del ranking de Novela Negra. Además, esta publicación hizo que su anterior volumen 'El secreto de Oli', multiplicara por cuatro sus ventas mensuales.
Por otra parte, se han distribuido 1000 ejemplares físicos de la novela por las librerías de toda España.
Se despertó, abriendo los ojos en una fina línea, e inmediatamente después sonó el teléfono. O quizá fuera el irritante timbre lo que le hizo desvelarse. En cualquier caso, se sorprendió a sí mismo recostado sobre el sofá de cuero de su salón. Llevaba puesto un traje negro y unos zapatos a juego, el mismo atuendo que llevaba el día anterior. Hacía calor.
No podía recordar con claridad lo sucedido en las últimas horas, pero se alegró de encontrarse en casa. El último dato que su memoria registraba era que ya había anochecido cuando salió del piso, y un vaso de Jack Daniel’s sobre la barra de algún bar constituía la única pista que podía ayudar a reconstruir la velada. Ese solitario recuerdo hizo que fijara su atención en una botella de cristal vacía que, frente a sus ojos mareados, reposaba borrosa sobre la mesita delante del sofá.
Suspiró.
Tenía los párpados casi cerrados, pues estaba convencido de que si los abría del todo, sufriría potentes dolores de cabeza. Intentó moverse, pero tenía el brazo izquierdo dormido y no le respondía; se había quedado dormido sobre él. Sintió un incómodo cosquilleo en la punta de los dedos cuando por fin lo liberó con un forzado movimiento de rotación. Después separó con lentitud la oreja izquierda del cuero negro, dejando a la vista la huella que su propia babilla había dejado sobre el cojín. Sentía un sabor metálico en la boca, y una incómoda masa pastosa le impedía salivar.
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