Corazones migrantes 1 by Isabella Abad

Novela romántica contemporánea y de suspenso.

Corazones migrantes 1

Uno.

 

 

Victoria caminó los últimos metros bajo el sol abrasador  del atardecer africano y se desplomó casi sin fuerzas sobre el camastro de la tienda principal.  Estaba exhausta luego de casi diez horas de trabajo sin interrupción, tanto que apenas podía pensar.  Su cuerpo maltrecho pedía descanso, mas su mente seguía bombardeada por las imágenes del horror.

Los refugiados no dejaban de llegar al campamento montado por la organización humanitaria de la que formaba parte como voluntaria.  Algunos solos, pero la mayoría con su familia a cuestas, o al menos la que conservaba luego de la bárbara masacre de la que habían sido objeto. 

Agotados, malheridos, apenas con vida algunos, quebrados sus espíritus otros.  Sombras de lo que habían sido hasta hace una semana, cuando fueron atacados por el fanatismo y quedaron rehenes de los odios y peleas intestinas que asolaban todo el país africano. 

No era tan distinto de lo que ya había vivido en otras partes del Magreb africano, pero no por ello dejaba de afectarla menos.  Lo peor eran los niños.  Olvidados de su condición de tales presenciaban y eran víctimas directas y en silencio de la magnitud del desastre en que se había convertido su tierra.  Desnutridos, huérfanos, heridos física y emocionalmente de por vida, lo que esta durara.  En estas tierras duras y de lucha constante por lo que fuera (poder, dinero, recursos, el dios de turno)  la esperanza de alcanzar la adultez era limitada.

Suspiró ruidosamente y trató de incorporarse para asearse y comer algo. Apenas pudo moverse tan agotada estaba.  Su estómago rugía, no recordaba desde cuando no ingería sólidos pero hacía varias horas.  Estaba sucia y sudorosa, el cabello pegado al rostro y las telas que la envolvían ensangrentadas.  Era incontable la cantidad de heridos a los que había asistido junto a sus colegas y muchos de ellos habían muerto.  Estaban en la primera línea luego de la de fuego y la acción armada había recrudecido los últimos días, por lo que su labor había aumentado en proporción directa. Lo doloroso es que recibían las víctimas de una guerra interna, mas no eran soldados los que llegaban.  Eran inocentes en medio del fuego, botín de guerra para cualquiera de los grupos.

Se levantó luego de un buen rato y caminó a tientas en la oscuridad.  La noche ya había caído sobre la desértica región. Alcanzó la zona  de la tienda donde se guardaban los  víveres y se preparó un refrigerio liviano obligándose a comerlo.  Necesitaba energías para continuar sobrellevando la dura tarea.  Luego se higienizó  con placer en el improvisado lavatorio.

 ¡Cuánto extrañaba una buena ducha! Cambió sus ropajes, que no eran más que un conjunto de telas envueltas sabiamente en torno a su cuerpo.  Hacía  buen tiempo que había optado por vestir similar a sus pacientes ya que la temperatura tórrida del lugar no daba tregua a las vestimentas occidentales que había traído al arribar meses atrás.

Parecía sin embargo que habían transcurrido años. ¡Tanta destrucción y muerte en tan poco tiempo! Cuando decidió enrolarse en las tareas humanitarias, hacía ya algunos años, tenía una visión bastante más romántica de la situación.  No era una ignorante de los asuntos internacionales, pero la realidad no tenía comparación al lado de lo que diarios y cadenas internacionales mostraban.  Esto último era apenas una pátina de lo que los habitantes de estos lugares sufrían todos los días.

Siempre había sido una entusiasta de viajar y conocer distintos territorios y culturas.  Unido esto a su excepcional manejo de varios idiomas y su postura solidaria y humanitaria la habían empujado a presentarse como voluntaria cuando se hizo una campaña buscando valientes que desearan “salvar una parte de mundo”.   ¡Qué ilusa, la salvación estaba lejos! Esto era un infierno. 

Se integró a la organización aportando sus conocimientos de enfermería, carrera que había estudiado en su España natal.  La medicina la había fascinado desde siempre, pero la carrera de médico era demasiado larga para su gusto.  Creía además que la enfermería implicaba un trato diario más directo, social y humano con el paciente.

Su familia siempre la había apoyado.  Hija única como era, sus padres la habían consentido con holgura, pero también le habían enseñado los límites que cualquiera debe tener.  Se consideraba una mujer de amplísimo sentido común, lo cual en este mundo alborotado no deja de ser una característica muy valorable.  Dicen, y así lo había comprobado ella en varias ocasiones, que es “el menos común de los sentidos”.  ¿Y qué cosa más evidente que este mundo no se guiaba por él que las masacres sin ton ni son que todos los días aumentaban su trabajo?

A sus treinta años se sentía muy cansada y estaba llegando al límite de lo que podía soportar.  No se consideraba una mujer de abandonos, pero estaba en un punto de inflexión en su vida. 

“Necesito alejarme un poco de todo este desastre” se dijo mientras se recostaba nuevamente. “Me está afectando de una manera indecible y no consigo ver qué diferencia hago.  Por cada uno que salvamos dos mueren o son arrojados a la desesperación del destierro”

Los únicos momentos de distensión eran cuando los ejércitos se alejaban y las familias volvían a lo que quedaba de sus aldeas a reconstruir las mismas como podían.  En la mayoría de los casos, sin embargo, se imponía la migración.  Ni los ejércitos del gobierno ni los rebeldes  daban tregua.  El desierto se cortaba por las enormes caravanas de desgraciados  que lo atravesaban una y otra vez, en uno u otro sentido, en busca de ayuda.

 No se había sentido atemorizada en general pues la labor de asistencia que realizaban era sumamente valorada.  Sí había visto miradas de desaprobación tal vez en ancianos u hombres muy apegados a la tradición musulmana dada su condición de mujer en tareas que no aprobaban.  Pero la necesidad superaba la convicción religiosa.  Nunca  ella ni sus compañeros  fueron  agredidos y además  había Fuerzas Internacionales de paz custodiando su tarea y a los desplazados que llegaban constantemente.

Pero últimamente la situación de guerra tendía a agravarse y extenderse por ámbitos inusitados hasta ese entonces.  Los fanáticos de la Yihad crecían y el anti–occidentalismo también.  Se hablaba de atentados en otros campamentos más lejanos por parte de células terroristas que pretendían expulsar a todos “los cerdos occidentales que contaminaban las tierras musulmanas con su presencia infiel”. 

Ante esta amenaza la intranquilidad entre los voluntarios aumentaba, pero procuraban darse fuerzas mutuamente.

–Pretenden asustarnos y dejar a miles de aldeanos sin esperanza y a su merced –se alentaban–.  No lo lograrán.

Ella jamás mencionaba esto cuando charlaba con sus padres pues sabía que era alterarlos innecesariamente. Ya bastante conmovidos habían quedado por su decisión de marchar, aunque no lo expresaran abiertamente.  Apoyaban siempre sus elecciones aunque no las compartieran; su madre era muchas veces la encargada de trasmitir alguna suave reprimenda o llamado de atención.  Pero siempre había primado el respeto.

Con todo esto en mente se fue sumiendo en las tinieblas bienhechoras del sueño.  Al despertar le pareció que habían sido solo minutos, pero varias horas habían transcurrido.  Ya había amanecido y los compañeros que habían cubierto la guardia nocturna volvían.  Era momento de ponerse en pie.

–Arriba, querida –le dijo su amiga Morena–. Ha sido una noche agitada. Estoy molida.

–¿Han llegado más aldeanos?

–Están arribando.  Tal parece que la amenaza ronda por el este y la gente empieza a huir con pánico.

Suspiró y se dio tiempo para una mirada al improvisado espejo al costado de su litera. 

–Estoy hecha un completo desastre–murmuró. 

Su pelo castaño claro enmarañado y sus ojos verdosos empañados aún por el sueño y aureolados por ojeras le daban un aspecto lamentable.

–Ánimo, amiga– se rio Morena–. No estás para un baile, pero ¿quién está mejor aquí?

La realidad es que si bien el aspecto no la favorecía de momento, podía decirse que era una mujer muy interesante.  No era bonita en el sentido tradicional.  Su cara era algo ancha para su gusto y no le gustaba su boca tan grande.  ¿Mas qué mujer está cien por ciento contenta con su apariencia?  Sus ojos eran muy expresivos y su cuerpo bien formado siempre había atraído a los hombres.  No era por falta de pretendientes que se había marchado de su país.  Los tenía de sobra aunque ninguno le interesaba al punto de plantarse y formar familia.  Había tenido sus aventurillas y no era una inocente en el tema sentimental, pero nadie había impactado seriamente en su vida hasta ese momento.

Su madre atribuía su falta de compromisos a su espíritu de aventura y casi de gitana.  Cada charla de ambas terminaba con el repetido cantito de “¿no conociste a nadie aún?”

Esto la fastidiaba un tanto, su madre parecía creer que estaba en un concurso de pretendientes.  Pero prefería que pensara eso y no preocuparla.

No es que no se prestara el lugar para las relaciones amorosas.  Las había y mucho entre los voluntarios.  En algunos casos hasta como consuelo mutuo frente al horror que veían todos los días.  Pero hasta el momento ella no había siquiera considerado las indirectas de dos o tres colegas que repetidamente la asediaban. 

Aunque en las últimas semanas no había espacios para nada que no fuera asistir, comer y dormir.

 

 

Genre: FICTION / Romance / Contemporary

Secondary Genre: FICTION / Romance / Suspense

Language: Spanish

Keywords:

Word Count: 40,000

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Sample text:

 Victoria caminó los últimos metros bajo el sol abrasador  del atardecer africano y se desplomó casi sin fuerzas sobre el camastro de la tienda principal.  Estaba exhausta luego de casi diez horas de trabajo sin interrupción, tanto que apenas podía pensar.  Su cuerpo maltrecho pedía descanso, mas su mente seguía bombardeada por las imágenes del horror. Los refugiados no dejaban de llegar al campamento montado por la organización humanitaria de la que formaba parte como voluntaria.  Algunos solos, pero la mayoría con su familia a cuestas, o al menos la que conservaba luego de la bárbara masacre de la que habían sido objeto. Agotados, malheridos, apenas con vida algunos, quebrados sus espíritus otros.  Sombras de lo que habían sido hasta hace una semana, cuando fueron atacados por el fanatismo y quedaron rehenes de los odios y peleas intestinas que asolaban todo el país africano. 

No era tan distinto de lo que ya había vivido en otras partes del Magreb africano, pero no por ello dejaba de afectarla menos.  Lo peor eran los niños.  Olvidados de su condición de tales presenciaban y eran víctimas directas y en silencio de la magnitud del desastre en que se había convertido su tierra.  Desnutridos, huérfanos, heridos física y emocionalmente de por vida, lo que esta durara.  En estas tierras duras y de lucha constante por lo que fuera (poder, dinero, recursos, el dios de turno)  la esperanza de alcanzar la adultez era limitada. Suspiró ruidosamente y trató de incorporarse para asearse y comer algo. Apenas pudo moverse tan agotada estaba.  Su estómago rugía, no recordaba desde cuando no ingería sólidos pero hacía varias horas.  


Book translation status:

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English
Already translated. Translated by john obakpororo
French
Already translated. Translated by Gwenaëlle Taffin
Italian
Already translated. Translated by Riccardo Cassetta
Author review:
Muy recomendable y profesional, constantemente en contacto e inquiriendo dudas. Excelente!!!

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