¿Cómo te quedarías si al llegar a casa te encontrases con un moái en el portal? Te sorprenderías bastante, ¿verdad? Pensarías que estás alucinando o, en su defecto, que alguien te está gastando una broma. Algo así es lo que me pasó a mí aquel día tras ser despedido en la empresa en la que trabajaba. Y fue solo el comienzo de una turbulenta semana que he intentado recoger en estas páginas para que, si llegas a verte algún día en una situación parecida, sepas al menos qué esperar.
Esta es mi historia, pero podría ser también la tuya, o la de cualquier otro porque, al fin y al cabo, ¿quién no ha necesitado alguna vez de la ocurrencia de un hecho extraordinario, del cruce de un suceso inesperado y grandilocuente, para dar un paso hacia delante en su vida? ¿Quién no ha requerido un poco de ayuda externa para lanzarse a por un sueño de aspecto inalcanzable?
¡No esperes más y acompáñame en esta original aventura ambientada en el barrio de Malasaña! ¡No todos los días hay un moái esperándote!
Genre: FICTION / General
Me lo encontré el día en el que menos me esperaba encontrar algo así. Acababa de firmar el finiquito en mi empresa y había entrado en el portal con el desánimo y el despecho de quien, echando la vista atrás, siente que ha sido utilizado.
Con unos reflejos afilados y un placaje impecable pude sostener la barra de pan en los brazos, pero el manojo de llaves se resbaló entre mis dedos y cayó al suelo con el mismo estruendo que una lámpara del Palacio de Versalles. Me agaché a recogerlo sosteniendo su mirada, sin pestañear, incapaz de asimilar una estampa tan irreal. Ladeé la cabeza. Él me miraba entre la oquedad de sus ojos como un jefe indio que observa con orgullo desde lo alto de la colina la prosperidad de su pueblo. Costaba mantener erguida la cabeza ante tal demostración de firmeza, pero mi estupefacción sobrepasaba cualquier otro sentimiento y me obligaba a no condescender.
Estaba en un rincón destinado normalmente a albergar bicicletas, patinetes y el carrito del bebé de Maribel cuando ella y sus hijas subían a casa. Sin embargo, viéndolo apoltronado allí daba la impresión de que aquella había sido su morada durante los últimos cuarenta eones. La altura y la anchura del espacio parecían haber sido establecidas en base a sus dimensiones por algún arquitecto escrupuloso. De tres cuartas partes para atrás, solo quedaban libres unos veinte centímetros a cada lado y otros veinte, quizá treinta, desde el techo a su cocorota. El espacio, más o menos, que deja libre una matrioska dentro de otra.
Language | Status |
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English
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Already translated.
Translated by Elii McGrew
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Author review: Just perfect! Thanks one more time, Denia. |