Nada en el mundo me gusta más que los libros.
Podría dar una larga lista de autores, géneros y corrientes de lo que he leído desde mi infancia. Podría hablar de mi pasión por la literatura inglesa o de los años que dedique a la cultura rusa. Podría escribir páginas enteras sobre como los grandes autores de mi país han sido una gran influencia para mí.
Pero nada de eso podría explicar el sentimiento que me recorre cuando tomo un libro. Cuando leo su título intentando adivinar que me esconde. Cuando absorbo sus primeras palabras dejándome llevar como por un hechizo. Es como una cita a ciegas con el que presientes que puede ser el gran amor de tu vida. A veces lo es, a veces no. Pero a pesar de lo años, a pesar de las veces en que resulta y de las que no, siempre que llego a ese momento, la expectativa, las ansias, la ilusión y la magia, me llenan, me envuelven, me transportan.
Yo me dejo llevar. A veces acabo siendo un niña perdida en un desierto, otras soy un médico en una gran ciudad. He sido un guerrero árabe, una viuda sin dinero, una esclava fugitiva, un agricultor cansado y viejo, un matrimonio en crisis. He sido tanto; he vivido tanto. He estado en tantos lugares lejanos, perdidos, olvidados, irreales. He amado y odiado, he temido, he gozado, he dado muerte y he dado vida. He vivido más vidas de las que podría vivir jamás.
Y es por eso, que nada en el mundo me gusta más que los libros.
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