Una ciudad en la que los gatos comienzan a desaparecer misteriosamente; una niña convencida de que un horrible monstruo habita en su armario; un hombre obsesionado por un recuerdo que no logra atrapar; un presidiario con problemas de insomnio que decide usar la autohipnosis para hacer más cortas sus noches; una mujer en un mundo postapocalíptico obligada a vivir con un hombre al que desprecia...
Trece sombras son trece relatos breves sobre personas que se sienten solas en situaciones extremas que les resultan demasiado grandes, al igual que sucede con la sombra que proyecta un objeto colocado frente a una vela.
Es un libro que se vende bien y que siempre suele estar en el top 100, tanto en la categoría de cuentos como en la de terror.
Las gruesas verjas de hierro se cierran a mi espalda. Por un momento, me quedo paralizada en medio de la plaza desierta, sin saber hacia dónde continuar. Me giró hacia La Alhóndiga, preguntándome si Abel me dejaría volver si le pido perdón y le prometo seguir sus órdenes. Puedo distinguir sus largas vestiduras blancas tras las rejas. Seguro que está esperando que el terror me impida avanzar y que vuelva suplicando. Pero ya es muy tarde para eso. No debí rebelarme contra mi destino, y mucho menos delante de toda la congregación. Me lo ha dejado muy claro: o soy reproductora o recolectora. No me dejará volver si no le demuestro que puedo conseguir alimentos tan bien como cualquiera de los hombres.
Me ajusto las correas de la mochila vacía, aprieto con fuerza el rifle que me han prestado y comienzo a avanzar. Sólo una rodaja de luna en cuarto menguante ilumina mis pasos. No puedo distinguir nada más allá de la plaza, rodeada por la vegetación descontrolada de los jardines, que forman una muralla en la que podría esconderse cualquier cosa. Abel ha dicho que es mejor salir de noche, que, aunque sea más difícil ver, evitas que los podridos te vean a ti. Pero no me tranquiliza, sé que ellos nos huelen. Avanzo hacia la salida de la plaza, temiendo que un brazo frío y grisáceo aparezca entre la maleza para atraparme.
No sucede nada. Camino agachada por Alameda Urquijo, pegada a los coches, con todos los sentidos alerta. El viento arrastra papeles, bolsas y latas vacías, haciendo que me gire a cada momento. Toda la ciudad huele a cementerio, a cadáveres abandonados dentro de sus casas, a cadáveres rondando por las aceras…