«El último Mago Mayor de Dracospecus, Duban, se volvió loco. Por culpa de su locura, estalló la guerra más terrible que el Mundo Mágico haya visto nunca. Este es el resultado.»
Tras conocer las desconcertantes palabras del Familiar de Aurelia, Nil y sus amigos se embarcan en una peligrosa odisea en un mar de peligros. Su misión es clara: deben encontrar los huesos de ámbar para desactivar la Línea de una vez por todas.
A bordo del Lucero del Alba, se enfrentarán a inimaginables peligros y desentrañarán secretos que cambiarán todo lo que creían saber. En Dracospecus los esperan terribles fuerzas oscuras que se enzarzarán con ellos en una última batalla de la que no todos lograrán salir con vida.
PRÓLOGO: OBSIDIANA Y LLAMAS
Nil Dragó no podía creer lo que veían sus ojos. Cuando Frida le había pedido aquel extraño favor, no se habría imaginado ni en un millón de años que el resultado sería aquel. Y, a juzgar por los estupefactos rostros del tío Marcel, Gundisalvus, Berthold y Frida, ellos tampoco.
Nil sabía que Frida llevaba largos días sin dejar de analizar el cristal de Aurelia. Estaba convencida de que dividirlo liberaría la información oculta en él, pero, por más que lo intentaba, las palabras brotaban inconexas, desordenadas, incomprensibles. Intentó partirlo en todos los ángulos imaginables y el resultado era siempre el mismo.
Tras una interminable e infructuosa tarde de estudio recluida en su despacho, Frida seccionó el oscuro cristal por enésima vez, a sabiendas de que lo único que obtendría sería la algarabía que ya podía recitar de memoria.
―Otra vez… ―suspiró la mujer y, con un perezoso gesto de la mano, volvió a fusionar el prisma de resplandeciente obsidiana negra. Lo sostuvo entre las manos, observándolo desde todos y cada uno de los ángulos posibles.
Entonces, algo hizo que frunciera el ceño.
¿Había sido un efecto óptico? ¿Un destello de la lámpara, tal vez? Frida volvió a mirar. La superficie, que a simple vista era lisa y totalmente negra, ahora parecía mostrar algo. Se apreciaba una especie de marca que ondeaba sutil a lo largo del prisma. Por un momento consideró que podrían tratarse de las cicatrices resultantes de haberlo partido más de un centenar de ocasiones, pero descartó aquella hipótesis casi de inmediato. No, aquello era diferente.