Los cadáveres brutalmente mutilados de varias adolescentes aparecen abandonados en parajes apartados de Vizcaya. No hay pistas sobre el asesino, nadie sabe nada del misterioso asaltante y lo único que tienen en común todas las víctimas es que son jóvenes solitarias.
La investigación lleva a la joven forense Natalia Egaña y al inspector de homicidios Carlos Vega a descubrir que el asesino contacta con sus víctimas a través de Internet. Usando el sobrenombre de Caronte se acerca poco a poco, descubre sus secretos más íntimos y las enamora hasta conseguir una cita que será fatal para ellas.
Ésta es mi novela más vendida y, además, en los dos últimos meses, las ventas de este libro están aumentando y he conseguido entrar en el top 100 de libros más vendidos de Amazon.es, además de que suele rondar la posición 30 o 40 dentro de la categoría de Policiaca, negra y suspense. Esto supone entre 200 y 300 ventas mensuales.
El lugar era perfecto. La cuneta de una carretera oscura y solitaria, la pronunciada caída, la maleza espesa del fondo del barranco... Tardarían mucho tiempo en encontrarla. Abrió el maletero y, haciendo un gran esfuerzo, extrajo el bulto envuelto en plástico. Parecía imposible que un cuerpo tan pequeño pudiese pesar tanto. Intentó arrastrarlo pero no encontró ningún lugar por donde sujetarlo. El sudor de sus manos hacía que se resbalase. Con un fuerte tirón, lo hizo girar sobre el asfalto para liberarlo del envoltorio que lo cubría. Se agachó y la sujetó por debajo de los brazos, intentando no fijarse en la sangre, en las terribles heridas... Tiró con fuerza y consiguió mover el cuerpo, unos centímetros cada vez.
Una luz iluminó la escena. Se oía el ronroneo lejano de un motor. Algo se acercaba. Se esforzó aún más en arrastrar el cadáver, hasta interponer el coche entre el otro vehículo y la carretera. Se agachó y contuvo la respiración mientras la brillante luz se hacía más potente. Le pareció que reducía la velocidad y rogó en silencio por que no se detuviera. El coche pasó a su lado lentamente, la luz se deslizó sobre el cuerpo de la chica revelando los cortes, las mutilaciones... Cerró los ojos con fuerza. Quería olvidarlo, no volver a verlo. El ruido del motor pasó de largo y se perdió en la distancia. Se mantuvo con los ojos cerrados, intentando borrar de su memoria las imágenes que asaltaban su mente, haciéndole daño: sus ojos brillantes, su sonrisa ilusionada, su dulzura... Se levantó, luchando por contener las lágrimas. Debía acabar con aquello cuanto antes. No serviría de nada torturarse.